El feminismo nació el día que una mujer dijo no a los sometimientos que la dominación masculina imponía. O quizás, lo que dijo fue sí, pero lo hizo con inteligencia, como Sherezade hilaba historias cada noche, para no dejar su destino al albur de un hombre, quien además disponía de su vida desde la superioridad que su inventada condición de rey le otorgaba.

Sería difícil situar el inicio del feminismo, pero ahora que se entiende su legado y se toma conciencia de lo que ha costado cada paso, datar su origen, por ejemplo, en los movimientos sufragistas de principios del siglo XX sería dejar en silencio miles de batallas que las mujeres disidentes libraron frente al patriarcado en espacios públicos y privados. Fueron muchas las dificultades que impidieron que sus ecos y hazañas quedaran grabadas, lo que no pasó con las aniquilaciones de pueblos enteros por hombres que dan nombre a calles, plazas o ponen rostro a sellos.

Quizás es complicado creer que las mujeres tienden menos a la violencia cuando están “al mando”, como imaginó Gioconda Belli en El país de las mujeres, teniendo ejemplos como Margaret Thatcher. Lo que sí está claro es que la falta de visibilidad de las heroínas transgresoras nos lleva a pensar en la huella que las relaciones de poder desigual deja en la historia y nos brinda la oportunidad de poner en valor la disidencia procedente de algunos textos literarios.

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(…) soy otro cuando soy, los actos míos
son más míos si son también de todos,
para que pueda ser he de ser otro,
salir de mí, buscarme entre los otros (…)

Octavio Paz, Piedra de sol (1957)

¿Los relatos literarios tienen patria?, ¿pertenecen a un espacio o fueron escritos para cualquiera que estuviera dispuesta/o a disfrutarlos? Esta pregunta, hecha a los animales de la selva de Horacio Quiroga (La patria), les produciría cierto escalofrío. Habían construido su patria para imitar a los humanos pero pronto se dieron cuenta de que al establecer sus fronteras perdieron toda la selva, su lugar genuino. Sin ese espacio infinito, el jaguar sintió por primera vez algo hasta entonces desconocido: la sed.

Cercar las selvas humanas también provoca sed por conocer lo que hay al otro lado. Algunos relatos literarios, sabedores de la existencia de condiciones adversas, incorporan la disidencia para hacer frente a los muros infranqueables. Si la frontera pretende delimitar la separación entre un nosotros y los otros, la literatura es maestra en el arte de tender puentes a la otredad. Puentes que cambian las miradas e incrementan la incomprensión ante la tragedia cotidiana derivada de las patrias egoístas y excluyentes.

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¿Qué podría hacer? ¿Discutir con usted?

Estoy en contra de todos los granujas y opresores que habitan la tierra.

Ray Bradbury, Aunque siga brillando la luna

La literatura, como relato universal compuesto de múltiples voces, posee un valor insustituible para imaginar el mundo que queremos y presentar descarnadamente los engranajes de dominación que marcan las pautas de su funcionamiento.

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