Soy partidaria de subrayar los libros. Pasado algún tiempo nos encontramos con líneas, asteriscos, símbolos de exclamación o interrogación, anotaciones que garabateamos o que escribimos cuidadosamente y que nos permiten acordarnos de aquellas que fuimos; hacer arqueología de la memoria a partir del reflejo de esos vestigios.

Cuando recibí la versión revisada de la Antología poética (1951-1985) de Adrienne Rich -que Visor publicó hace algunos meses- abrí al azar sus páginas y el poema “Orígenes e historia de la conciencia” (incluido en The Dream of a Common Language) inauguró su relectura. Quise creer que el propio poemario me estaba guiando:

“Nadie vive en este cuarto
sin enfrentarse con la blancura de la pared
detrás de los poemas, los estantes de libros,
las fotografías de heroínas muertas.
Sin reflexionar tarde y al fin sobre
la verdadera naturaleza de la poesía. La voluntad
de conectar. El sueño de un lenguaje común”.

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*El 27 de marzo del 2020 se cumplen ocho años de la muerte de la autora.

Si algo me ha enseñado la literatura es su imprevisibilidad. En la vida, enredada, se comunica con un lenguaje que no es fácil de interpretar, pero siempre acaba aportando sentido. Hace unos meses me llegó a casa un libro con los ensayos de Adrienne Rich (Essential Essays. Culture, Politics, and the Art of Poetry)[1]. Solo había leído su poesía y su lectura se convirtió en una revelación.

No era la primera vez que un libro llegara a mis manos cuando más lo necesitaba. Siempre hay algo de voluntad propia escondida en ese gesto, pero preferí fabular, construir el mito, insistir en la casualidad del milagro que solo la literatura era capaz de propiciar. En este caso contó con la ayuda de la escritora y crítica Myriam Diocaretz, primera traductora de los poemas de Rich en lengua española, quien había pedido a su hijo Pablo Conrad, director de la fundación Adrienne Rich Literary Estate de Nueva York, que me lo enviara. En aquellos días recuerdo que Myriam también me hizo llegar el poema Blue Rock que Adrienne le dedicó cuando ella era una autoexiliada chilena en Estados Unidos:

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El pasado 23 de mayo presenté la novela Ceniza de ombú en Montevideo. Comparto en este blog el prólogo.

(extracto del cuaderno de Helena, página 77)

No tiene sentido para un biólogo analizar a un ente viviente fuera del periodo que le toca vivir. Tampoco lo tiene para una biógrafa. ¿Cómo resistir entonces esta ceguera? Equilibristas permanecen sobre hilos de seda, aunque a su alrededor se amontona la basura, desechos venenosos, ruedas cuadradas que empujan hacia un precipicio sin marcha atrás. Apenas van quedando sitios de donde sujetar las puntas que sostienen sus privilegios. La vergüenza empieza a rociar los palacios, los neumáticos pinchados son aderezos de un escenario desolador. El simulacro tiene un límite, el lujo es tan vulgar como las preguntas impertinentes y vacías de los programas televisivos. La carcoma va corroyendo las fronteras de la opulencia, nunca más serán aplaudidos los fantasmas de esta descomposición.

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(…) soy otro cuando soy, los actos míos
son más míos si son también de todos,
para que pueda ser he de ser otro,
salir de mí, buscarme entre los otros (…)

Octavio Paz, Piedra de sol (1957)

¿Los relatos literarios tienen patria?, ¿pertenecen a un espacio o fueron escritos para cualquiera que estuviera dispuesta/o a disfrutarlos? Esta pregunta, hecha a los animales de la selva de Horacio Quiroga (La patria), les produciría cierto escalofrío. Habían construido su patria para imitar a los humanos pero pronto se dieron cuenta de que al establecer sus fronteras perdieron toda la selva, su lugar genuino. Sin ese espacio infinito, el jaguar sintió por primera vez algo hasta entonces desconocido: la sed.

Cercar las selvas humanas también provoca sed por conocer lo que hay al otro lado. Algunos relatos literarios, sabedores de la existencia de condiciones adversas, incorporan la disidencia para hacer frente a los muros infranqueables. Si la frontera pretende delimitar la separación entre un nosotros y los otros, la literatura es maestra en el arte de tender puentes a la otredad. Puentes que cambian las miradas e incrementan la incomprensión ante la tragedia cotidiana derivada de las patrias egoístas y excluyentes.

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¿Qué podría hacer? ¿Discutir con usted?

Estoy en contra de todos los granujas y opresores que habitan la tierra.

Ray Bradbury, Aunque siga brillando la luna

La literatura, como relato universal compuesto de múltiples voces, posee un valor insustituible para imaginar el mundo que queremos y presentar descarnadamente los engranajes de dominación que marcan las pautas de su funcionamiento.

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